Poésie, Poesia, Poiesis, gusanos inéditos

Philippe Sollers y Richard Millet

22/01/2008 12:45

Los dos lados de una misma trinchera podria haberse titulado esta entrevista hecha por Le Magazine Littéraire en su numero 470 de diciembre 2007.

En ella se reúnen estos dos escritores “peso pesados” del país de los terribles galos. Aparte de la notoriedad, ambos comparten el puesto de editor en la editorial Gallimard para diferentes colecciones. Sollers viene de publicar sus memorias con un título algo irónico de Un vrai roman (Una verdadera novela). El libro que Millet publicó este año, titulado L’Orient désert (El Oriente desierto), es también una especie de autorretrato y trabajo de recuperación de sus vivencias en el conflictivo Líbano. Esta es la traducción de la entrevista en la que se confrontan dos maneras, a veces claramente opuestas, de mirar la literatura contemporánea.

M.L.: Richard Mollet ¿Qué pensó de las criticas virulentas que recibió Désenchantement de la littérature (Desilusión de la literatura)?

Richard Millet: Atacaron el texto de manera unánime, diabolizándolo y señalando algunos pasajes para darles más importancia de la que merecen. En realidad, si se hubiese leído bien, veríamos que se trata de un texto de angustia, que se proyecta en un avenir bien próximo – veinte años más o menos. Expongo mis inquietudes por el futuro de la literatura francesa, que me parece amenazada. Primero, porque hay una pérdida lingüística reveladora de una crisis extremadamente violenta. Segundo, porque hay un corte histórico entre los escritores de mi generación (o de aquellos que nos precedieron) y la nueva. Muchos jóvenes escritores utilizan la novela como instrumento de promoción social. Que un escritor tenga ganas de ser conocido y leído, es totalmente legítimo. Pero hemos derivado hacia el orden del espectáculo – ya no se espera hacer una obra o, incluso, de hacerse notar, sino de entrar en un proceso de starificación ¡El libro se ha vuelto un producto! En la época del siglo XIX, no era la novela el instrumento de reconocimiento; lo era la poesía, o el teatro. Hoy día, es la novela la que devora toda la literatura. Es por eso que ya no me interesa – ella no inventa nada, salvo su propia perpetuación, ilusoria y eufórica.

¿Y usted Philippe Sollers, la critica a Désenchantement le sorprendio?

Philippe Sollers : Yo creo que Richard Millet se equivocó con mezclar a sus consideraciones sobre la literatura, ideas políticas, ideas políticamente incorrectas. Ellas permitieron a la opinión, sobre todo a los militantes, deseándose comprometidos, de acusarlo, con palabras injuriosas, de ser un revisionista y de haber escrito una inmundicia; incluso las emprendieron contra Gallimard exclamando: “¡Cómo pudieron ustedes publicar eso!” Esta inmediatez de la reacción inquisitorial, y diría incluso staliniana, me hace pensar que desde ahora, cualquier interpretación puede tener implicancias “politicas” – pongo comillas – que nos permitan acusar al otro de racismo, de antisemitismo, etc. Y creo que ya es suficiente. No porque eso me indigne – “nadie miente más que un hombre indignado” dijo Nietzsche – sino porque ahí hay una voluntad de evitar el debate de fondo, es decir lo que Richard Millet ve como una desilusión, una desintegración, una devastación de la literatura y en esto, en parte estoy de acuerdo. Las respuestas que yo doy sobre el tema no son del mismo orden, pero hay debate, y creo que a todo el mundo le interesa evitar este debate, porque finalmente hablaríamos de la literatura.

 

(Egon Schiele, Danae)

De hecho, Richard Millet, en Désenchantement de la littérature, usted habla – en malos términos – de la democracia o de temas como el mestizaje. Usted no duda en exclamar: “¿Hay que recordar que Francia es, no un pais mestizo ni una sociedad multicultural, como quisieran hacer creer diversas incautaciones, sino una sociedad de raza blanca, de cultura cristiana, con algunas minorías extra-europeas?”

R.M.: ¿Por qué no debería hablar de democracia? Henry James, uno de los autores que más admiro en el mundo, se interrogo sobre el tema en tanto que americano – es decir, como resultado del Nuevo Mundo – fascinado por la vieja Europa. Tocqueville hizo lo mismo, como todos los grandes reaccionarios. Es decir, en el fondo, toda la gente más interesante para el pensamiento, como lo afirma Antoine Compagnon en Les antimodernes (Los antimodernos) ¿Es acaso un peligro para la literatura el número, el sistema democrático? ¡Es un sujeto que merece ser planteado! En cuanto al mestizaje ¿Por qué empleamos esta palabra, que es una realidad racial, haciendo referencia a una cultura? Yo fui educado en el Líbano, donde diecisiete religiones diferentes coexisten, donde hay gente que viene de Irán, de Egipto, de ex republicas soviéticas, y siempre acepté la escritura como algo que no compone ni una identidad, ni siendo monolítica, ni cerrada, sino al contrario, como estando en diálogo con la totalidad de lo que puede ser visto, leído y escuchado en el mundo ¡Planteada así, no veo por qué me van a obligar a creer en esta especie de nueva religión que seria el mestizaje, con esta metáfora racial que me desagrada, no en ella misma, sino porque se ha vuelto una ideología! No me gusta que me digan lo que tengo que pensar y no comprendo esta histeria cada vez que uno emplea la palabra “raza”… ¿Qué hay que decir? ¿Etnia? ¿Pueblo alófono? Por otra parte, de un punto de vista histórico y sociológico, la gran mayoría de Francia es blanca y cristiana, al contrario de Brasil, por ejemplo. Es un hecho, yo no hago ningún juicio al respecto, y la prueba es que se habla de “minorías visibles”, no de mestizaje. Yo llamo a un gato, un gato, soy claro. Se habla de “Francia mestiza”, eh ¡Claro que no! Ella no es mestiza, o en todo caso, no lo es aún, es todo. Vea usted, yo vengo de una generación que no fue formada, intelectualmente, por la voz de mando y por los dictados de lo políticamente correcto, sino por la razón.

Ph. S.: ¿Pero por qué señala usted, Richard, que la literatura depende de la sociedad, del estado de la sociedad, del estado de una nación, ahora que se trata mas bien de una aventura perfectamente individual, refractaria, singular, y que resiste a todo?

R.M.: ¡Pero si no digo otra cosa!

Ph.S.: Inútil de acusar a la sociedad o a la mundialisación, hay que acusarse a sí mismo… ¡Dejemos de quejarnos y pasemos al ataque!

R.M.: Es lo que hago, pero con armas diferentes a las suyas.

Ph.S.: Lo voy a citar: “Nosotros erramos sobre una tierra saqueada, a penas viva…” y voy a invertir la proposición, siguiendo una técnica apreciada por Lautremont: Imagine usted que yo persisto en vivir en una tierra encantada, muy vital, habitante real de mi propio país y, seguramente ¡sin caer presa de la duda!

(Augustin Carrache, El martirio de san Bartolomé)

De hecho, desde que comparamos estos dos libros en forma de autorretrato que ustedes publican, vemos que si uno sigue un camino de cruz, el otro esta más bien en movimiento perpetuo. Usted no es un admirador de Nietzsche por nada…

Ph.S.: En L’Orient désert, Richard Millet habla con emoción y sufriendo el desastre libanés que él conoce bien, sobre un fondo de crisis existencial y amorosa. En Mémoires, es exactamente lo contrario. Yo hablo a partir de Bordeaux, de una infancia perfectamente encantada, que yo perpetuo en la literatura con una apología amorosa. De hecho, creo que la literatura en ella misma, en tanto que deseo fundamental de existencia exprimido en lenguaje, se sostiene en esta afirmación amorosa, y voluptuosa. Richard Millet, en cuanto a él, es un cristiano sufriente. (Sonríe). Él se encuentra entre la espada y la pared, un infierno romántico, es un nihilista que no va hasta el fondo de la nada. Tengo por prueba la manera de la cual dispone del “nosotros” retórico, véase incluso las nociones como aquella de “nación” que me es profundamente extranjera. No me gusta la palabra “nacional”. Porque es una palabra que se sostiene sobre malentendidos mortíferos, aquí incluyan el reciente “ministerio de la Inmigración y de la Identidad nacional”. Richard Millet se equivoca, en mi opinión, en desesperarse por lo que será la nación, el país, la lengua misma. El problema no anda por ahí. Para mí, la lengua francesa es bella en lo que tiene de contradictoria. No hay un solo país que haya producido una literatura tan contradictoria, donde están a la vez Claudel y Voltaire, Sade y la marquesa de Sévigné. Las otras naciones tienen cabecillas: Shakespeare, Goethe, etc. Francia es este país admirable cuyo esplendor se debe a la dialéctica que está en su literatura, y ella está en aprietos porque nos estamos organizando en una suerte de pensamiento único, militante, inquisitorial. Ahora bien, usted esta en peligro de existencia desde que usted no se encuentra en las contradicciones. Hay que sostenerlas.

R.M.: Me parece que, al menos, por ejemplo, sobre el tema de la educación que no transmite más…

Ph.S.: ¡Disculpe, pero yo no aprendí a escribir en las escuelas! O entonces equivaldría a decir que la gente es educada para volverse escritores. Es lo contrario. Es educada para no ser escritores. Luego, usted lo sabe, yo no aprendí nada de la educación, y eso que aún era más o menos pasable en mi juventud. Yo creo que es una ilusión total creer que un escritor viene de la educación. Viene de él mismo.

R.M.: ¡Claro! Solo que yo no hablo de escritores, sino de lectores, de la amenaza que ensombrece a los lectores por la ausencia de transmisión.

Ph.S.: La literatura siempre ha sido poco leída. Es como por el arte. Cuando Cézanne dijo que el arte interpela a un número excesivamente reducido de individuos, él enunció una verdad profunda. La literatura, como toda forma de arte, no es nunca esperada, nunca querida, nunca aceptada en el momento.

R.M.: Usted deduce que no se lee; yo por mi parte me pregunto si en veinte años, sabremos aún leer… ¿Quién sabe si el corpus contradictorio y magnifico que usted evoca no será evacuado? Es lo que constaté en mi experiencia de años como profesor en colegios. No hay grandes referentes literarios. Nunca creí en el renacimiento del pasado, pero en cambio creo en la contemporaneidad del pasado. Siempre he creído que Homero, Dante, Montaigne, Pascal, eran nuestros verdaderos contemporáneos; mucho mas que ciertos “contemporáneos” en el estricto sentido del término. Lo que se perfila hoy en la no transmisión, es que los escritores de hoy han perdido ese diálogo con esta contemporaneidad. Pretendemos inventarlo todo - ¡Qué ilusión! Tal vez la crisis es pasajera. Al final del siglo XVIIII hubo una crisis de la poesía tal que durante cien años no hubo poesía, nada entre La Fontaine y Chénier. Ojalás que esto que estamos viviendo sea del mismo orden, pero el hecho es que, lo que yo leo en la joven literatura, me parece indigente, estilísticamente, intelectualmente, referencialmente, espiritualmente.

Para usted, Richard Millet, un escritor de hoy no puede estar, a la vez, bajo los proyectores y escribiendo una obra. Usted piensa que el escritor debe estar en una soledad esencial, mientras que usted, Philippe Sollers, no duda en utilizar los medias, siguiendo una estrategia que usted calificaría de guerrera.

Ph.S.: Piense en el espíritu de la Época de las Luces ¿No me dirá que la Luces se escondían, salvo ese loco magnífico que fue Rousseau, recluído en su barraca? ¡Si de ellos dependiera, Voltaire y Diderot habrían ido a la televisión para transmitir su pensamiento, aunque muy pocas personas lograrían captarlo! En un programa donde, al menos, hay dos millones de espectadores, yo apunto a los diez mil o dos mil, o tal vez a la decena capaz de escuchar una idea. No creo en los grandes silenciosos…Homenaje al vicio de la virtud, cierto. (Sonríe) Es de una hipocresía fría, o al menos, es como lo percibo.

En todo caso, Richard Millet, no creo que vaya a unirse a la estrategia guerrera de Ph. Sollers.

Ph.S.: No porque no le parece.

R.M.: Exacto. Hay otras manera de combate.

¿Y cual es la vuestra?

R.M.: Yo escribo. (silencio). Es todo.

¿Usted escribe y denuncia lo que llama un “post-humanismo”…

R.M.: Yo pienso que el periodo de los grandes referentes grecolatinos – medievales también, si agregamos a Dante y otros – ha muerto. Ahora bien, a partir del momento en que usted corta el flujo de una cultura con sus orígenes, en el cual corta una lengua de su referente etimológico sensible, se abre un abismo ¡Corneille, Racine, son ilegibles hoy en los barrios populares! Yo no me refiero a la inteligencia de los alumnos, sino al hecho que Francia ha abandonado su herencia en términos de lengua y de cultura. Entonces, usted sale de la verticalidad, y entra en la horizontalidad. El rechazo de las Humanidades, el debilitamiento de la sintaxis es, como decía Orwell, un signo de debilitamiento político; de ahí a la mezquindad de los valores, a su confusión, a la evacuación programada de la literatura…

Ph.S.: Pero no… ¿Usted esta diciendo que somos herederos sin descendencia, que estamos solos, que no somos realmente padres? ¡Pero claro que si! ¿Ya no tenemos autoridad sobre la lengua, ya no somos autoridad para la juventud, no hay más jerarquía de valores? ¡Por supuesto que sí! Nuestros escritos están destinados al olvido? ¡Para nada! ¿La universidad no nos rescatará?, ¡Claro que sí o al menos, lo que queda de ella! Usted habla de desmoronamiento, yo le contestaría que este desmoronamiento sirve a nuestros planes. Usted cita en su libro Heidegger – lo que es valiente – y tiene razón en hacerlo. Yo citaré por mi cuenta: “ahí donde el peligro aumenta, crece también lo que se salva.” La apertura del pasado – y no el retorno a él – la apertura del pasado hacia el presente y al avenir, nunca ha sido tan grande. Evidentemente, es necesaria una óptica más abierta, un sistema nervioso desplegado para darse cuenta, pero nadie ha tenido tal posibilidad de hacer la vertical en el tiempo. Todo está a nuestra disposición y nadie sabe qué hacer, he ahí la paradoja.

R.M.: ¡Yo diría incluso que nadie quiere hacer nada al respecto!

Ph.S.: Seguro, pero hay que considerar un riesgo real que viene de las mutaciones tecnológicas extremadamente poderosas. Las consecuencias directas hacen que el ser humano esta neurológicamente condicionado a no hacer más, ni el esfuerzo de memorización de conocimientos, ni incluso aquel de la lectura. Tanto así, que afrontamos una mutación Técnica, con T mayúscula; no solamente tecnológica… Es el fondo del debate, porque un escritor es primero que todo un lector, un lector permanente, un lector esencial. Escribir y leer, es la misma cosa.

R.M.: La situación es alarmante, usted lo dice a su manera, yo lo digo a la mía; pero es sobre ese escenario que hay que afirmarse. Valga la aclaración, yo no habría escrito Désenchantement de la littérature si no tuviese alguna esperanza. Para mí fue una manera de activar la negatividad y entrar así en un proceso dialéctico…Pero lo que quiero es escuchar voces, yo creo que las hay, y las espero.

 

Traducido por Nicolas Folch Maass, 2008.

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