Indiferentes (Un ideograma)

Indiferentes

Cuando Ezra Pound[1] escribió que los indiferentes “nunca han hecho historia” y que por lo mismo un historiador, aunque pueda hacer la descripción fiel de los hechos, nunca comprenderá “el POR QUÉ se producen”, intentaba dar algunas pistas sobre el supuesto misterio de Cantos. En este sentido, la sorpresa que provoca la literatura que habla de literatura actual, es para mí una fiesta de desencantos en el que el festejado es el único que no llega al bailoteo. “Tanto mejor”, se dirán algunos mas entrados en calor al ritmo del parloteo, incluso, mas de alguno se felicita mientras se roba todo el alcohol sin haber jamás aprendido lo que es una borrachera. Los indiferentes se dejan acariciar en el sentido del pelaje.

Desde otra óptica, los indiferentes han llegado también a acampar en internet y se han tomado el terreno, con suma indiferencia de LOS TERRENOS. Pero está bien, internet es el campamento de los ricos y de los pobres, de las feas y de las menos feas drogas con que se dopa la gente sin ningún tipo de asombro cósmico o químico o herbáceo. La fiesta está empezando y ya se posee a varios en el rincón de los intoxicados. Se les ha perdido la pista, se han vuelto tan inmateriales como sus mensajes pidiendo cariño por los chats.

Ya se sabe que para escribir solo hace falta uno o dos dedos…la otra mano se ocupa en lo que nunca nadie quiere confesar. Excepto los que escriben, claro, en el papel. Porque existen quienes lo hacen aún. No recuerdo quien, un poeta peruano creo, hablaba de su escritura atada a la pulsión entre su mano y el papel. Lo recuerdo porque tenía sentido lo que decía. Lo decía él, un poeta, un cuerpo, una carne vieja y arrugada, con sus manos siguiendo su vocalización. No me tomen por un conservador o un reaccionario; solo que, de vez en cuando ¿Si volviésemos al papel, al correo, ese de cartas en sobres y de tachaduras o tachasuaves en palabras incomprensibles, pero reconocibles? No seríamos tan indiferentes al paso del cartero, ese que ya esta temiendo perder su empleo, ni lo seríamos a cada gesto ahí plasmado, cada doblez en el papel volvería a invitarnos al trabajo mágico de la decodificación, a descifrar los símbolos según quien los hizo. Volveríamos, quizás, a ser menos indiferentes o estaríamos en camino de dejar de serlo.

TODO ESTO ES UN IDEOGRAMA